¿Sientes que el cambio va muy rápido? No eres solo tú

Vivimos una época donde el cambio tecnológico es más rápido que nunca. Este artículo explora cómo nos afecta esa velocidad, qué emociones despierta, y cómo podemos responder desde la conversación y el juicio. Adaptarse no es rendirse: es elegir cómo cambiar.

Dra. Isabel Santibáñez

8/4/20254 min read

El ritmo de cambio: ¿más rápido que nunca?

A lo largo de la historia, hemos visto cómo nuevas tecnologías se filtraron en la vida cotidiana. Pero mientras antes esto podía tomar décadas, hoy hablamos de años —o incluso meses— para que una herramienta sea adoptada por millones de personas.

  • 📻 Radio: tardó 38 años en alcanzar una adopción masiva. En EE.UU., alrededor del 40 % de los hogares la tenían en 1930, y para 1940 esa cifra subió a 83 %.

  • 📺 Televisión a color: introducida en los años 50, su adopción total tomó casi 22 años.

  • 🌐 Internet doméstico: alcanzó los 50 millones de usuarios en solo 7 años desde su salto público en 1995

  • 🤖 IA generativa: en 2024, casi 45 % de personas adultas en EE.UU. ya la utilizaban, apenas dos años después del lanzamiento de ChatGPT (Salesforce).

Cada innovación parece acortar la curva de adopción de la siguiente. Lo que antes requería una generación entera, hoy puede suceder entre una junta y otra.

Entre el desconcierto y la oportunidad: las emociones del cambio

Cuando todo parece moverse más rápido de lo que podemos procesar, es común experimentar resistencia, duda o incluso desconexión. El vértigo no solo viene por lo técnico, sino por lo humano: adaptarse implica despedirse de certezas conocidas.

Lo relevante es que no todas las personas reaccionamos igual, y conocer las formas en que solemos enfrentar estos cambios puede abrir opciones más amables y eficaces.

Algunas formas comunes de responder a lo nuevo

  • Negación. Fingir que no está ocurriendo o postergar su entendimiento.

  • Resistencia. Cuestionar con escepticismo, sin dejar espacio a nuevas perspectivas.

  • Vergüenza. Sentir que uno “ya debería saber” y evitar preguntar por temor al juicio.

  • Curiosidad abierta. Preguntar, observar, explorar sin necesidad de dominar.

  • Aprendizaje consciente. Identificar qué conocimientos tenemos y cuáles necesitamos adquirir para avanzar con confianza.

No hay una única ruta válida, pero reconocer en cuál estamos nos permite movernos con mayor claridad.

¿Para qué usamos realmente las nuevas tecnologías?

Cuando se habla de innovación, solemos imaginar soluciones complejas a grandes problemas. Pero en la práctica, muchas tecnologías nuevas terminan usándose para fines más cotidianos, e incluso emocionales.

Por ejemplo, uno de los usos más comunes que se reportan para herramientas de IA hoy es el apoyo conversacional y emocional. Esto dice mucho de nuestro tiempo: las personas no solo buscan ser más productivas, sino también sentirse acompañadas.

Es más que destacable que ante la posibilidad de usar una de las herramientas de productividad más importantes en la historia como la IA la necesidad que queramos cubrir es justamente la más humana. Desde la posibilidad de llamarle a alguien por teléfono a cientos de kilómetros de distancia, la tecnología no es solo un componente en frío que se usa para el trabajo, sino una parte de nuestro entorno que afecta directamente nuestras emociones y nuestra forma de relacionarnos con los otros.

Afortunadamente, hay otra herramienta que poseemos hace mucho tiempo que siempre tenemos a nuestra disposición…

La conversación, una herramienta clave

Cuando los cambios se vuelven constantes, la conversación se convierte en un refugio y una herramienta. Hablar con otras personas nos permite entender, digerir y proyectar posibilidades. En nuestras conversaciones también reprogramamos nuestras creencias: cuando nombramos lo que sentimos, lo transformamos en algo con lo que se puede trabajar.

Conversar nos ayuda a:

  • Validar que la confusión es compartida.

  • Formular dudas que habilitan el aprendizaje.

  • Explorar nuevas herramientas con criterio y cuidado.

  • Reconocer lo que sí sabemos y construir desde ahí.

Adaptarnos sin perder el juicio

La adaptabilidad se ha convertido en una moneda valiosa. Hoy, incluso quienes reclutan talento privilegian la capacidad de aprender sobre la experiencia técnica específica, porque el futuro cambia demasiado rápido como para saber exactamente qué habilidades se necesitarán mañana.

Pero adaptarse no significa rendirse ante todo lo nuevo, ni subirse a cada tendencia sin cuestionamiento. Significa moverse con juicio. Evaluar lo que suma, explorar lo que despierta curiosidad, y también saber decir “esto aún no es para mí” con argumentos sólidos y no con miedo.

Ese juicio no se improvisa: se cultiva en la conversación, se fortalece en el ensayo, y se afina en comunidad. Por eso, en Conversare diseñamos espacios donde conversar sea mucho más que hablar: sea una práctica para construir criterio, discernimiento y respuestas reales frente a un mundo que no se detiene.

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Hay días en los que parece que el mundo entero se mueve a un ritmo difícil de seguir. Las herramientas evolucionan, los canales de comunicación se multiplican, y las expectativas laborales cambian mientras aún estamos tratando de entender lo que vino antes. No es una sensación exagerada: estamos viviendo uno de los periodos de transformación más acelerados de la historia reciente.

Adaptarse a lo nuevo ya no es simplemente una habilidad deseable; se ha convertido en una necesidad cotidiana. Lo que cambia no es solo la tecnología, sino las formas en que trabajamos, aprendemos, nos relacionamos y decidimos.