Sesgos cognitivos: las trampas invisibles en nuestra forma de pensar
Sesgos cognitivos y comunicación: descubre cómo Kahneman y Tversky demostraron las trampas invisibles de nuestra mente, y cómo afectan reuniones, decisiones y relaciones en las organizaciones.


Las personas solemos pensar que tomamos decisiones de manera lógica y objetiva. Sin embargo, décadas de investigación han demostrado que no es así: nuestra mente utiliza atajos mentales que, aunque útiles para simplificar la realidad, nos llevan con frecuencia a cometer errores sistemáticos de juicio.
A estas desviaciones se les conoce como sesgos cognitivos.
El término se consolidó gracias al trabajo pionero de Daniel Kahneman (Premio Nobel de Economía, 2002) y Amos Tversky, quienes en los años setenta demostraron que el pensamiento humano está lleno de patrones predecibles de error. Lo fascinante —y a la vez preocupante— es que estos sesgos actúan sin que nos demos cuenta, afectando desde decisiones de compra hasta estrategias empresariales o procesos de selección de personal.
En el contexto de las organizaciones, comprender los sesgos cognitivos es esencial para mejorar la comunicación, reducir conflictos y diseñar procesos más justos y efectivos.
Ejemplos de sesgos más comunes en la vida laboral
Conoce algunos de los sesgos cognitivos más comunes y rápidamente encontrarás múltiples ocasiones en que tú o tus colaboradores, sin saberlo, han caído en ellos:
1. El efecto halo
Cuando una sola característica positiva de una persona (por ejemplo, “es puntual” o “es carismático”), esta impresión suele contamina nuestra percepción general, terminamos sobrevalorando sus habilidades en otras áreas.
En evaluaciones de desempeño, por ejemplo, podemos encontrarnos con que alguien es sumamente capaz para labores técnicas, y ya que lo consideramos alguien inteligente podemos creer —a veces sin evidencia— que tiene lo necesario para un puesto directivo que requiere habilidades de liderazgo.
El efecto halo se refiere justo a eso: el halo positivo o negativo que rodea a una persona y nos hace esperar cosas de ella que no tenemos razón para esperar.
2. La heurística de disponibilidad
Todo aquel que ha tenido miedo de entrar al mar por la posibilidad de que lo coma un tiburón ha sido sujeto de la heurística de la disponibilidad. La palabra heurística se refiere a la ciencia y filosofía que estudia la forma óptima de resolver situaciones. Pero no necesariamente de resolverlas de la mejor manera.
Por eso, con la heurística de la disponibilidad, nuestra mente suele exacerbar el valor de la evidencia que tenemos disponible afectando nuestro juicio. En el ejemplo del tiburón, tal es nuestro miedo debido a la imagen mental que tenemos de esto animales que les tememos mucho más que a las máquinas expendedoras —a pesar de que estas matan más personas al año que los tiburones.
En suma, tendemos a juzgar la probabilidad de un hecho según qué tan fácil nos viene a la mente un ejemplo.
3. La heurística de representatividad
Similar a la heurística de la disponibilidad, la heurística de representatividad nos explica cómo clasificamos personas o situaciones por estereotipos, sin considerar probabilidades reales.
El ejemplo clásico al respecto es el de la cajera Linda donde se le hace a un sujeto una descripción de una mujer ficticia llamada Linda:
“Linda fue activista contra la guerra de [Aghanistán] cuando era estudiante. Estudió filosofía y se interesa por temas sociales”.
Con esa descripción, ¿qué es más probable?
Linda es banquera
Linda es banquera y feminista
Si escogista la segunda opción, has caído en la heurística de la disponibilidad. Una simple lección de estadística nos recordaría que la probabilidad de que suceda un evento independiente siempre es mayor a la probabilidad de que sucedan dos eventos independientes de forma concurrente.
Dicho de otra forma: siempre es más alta la probabilidad de que alguien cumpla con un atributo a que cumpla con dos.
4. El efecto anclaje
Quizás uno de los sesgos más inquietando, el efecto anclaje describe la forma en que las primeras cifras o propuestas que escuchamos se convierten en un “ancla” que condiciona nuestra percepción posterior.
Ejemplos de estos se ven en todas las negociaciones las cuales buena parte de las veces terminan anclándose a las primeras cifras que se lanzaron en la conversación. Sin embargo, sus consecuencias pueden ser más sutiles como cuando se le pide a un jurado decidir los años de sentencia para un imputado. En estos casos, se ha comprobado que el número de la sala donde se hizo la deliberación afecta los resultados: aquellas salas con el número 5 (por ejemplo: 506, 56, 5B) dan como resultado años de prisión o servicio comunitario cercanos a ese número.
¿Por qué importan los sesgos en la comunicación?
Los sesgos hacen que malinterpretemos lo que escuchamos, que sobre-reaccionemos a detalles irrelevantes o que ignoremos información clave. En una reunión de equipo, esto puede significar perder oportunidades de innovación; en la relación con clientes, perder confianza; en la gestión de talento, tomar decisiones injustas.
Reconocerlos no significa que podamos eliminarlos —porque son parte de cómo funciona la mente humana—, pero sí que podemos:
Ser conscientes de su existencia.
Diseñar procesos que reduzcan su influencia (por ejemplo, entrevistas estructuradas en lugar de improvisadas).
Abrir conversaciones más reflexivas donde se pongan sobre la mesa distintas perspectivas.
En un mundo donde la velocidad de respuesta se valora tanto, reconocer los sesgos cognitivos nos invita a pausar y cuestionar nuestras certezas.
Porque muchas veces, lo que genera conflictos en las organizaciones no es la mala fe, sino la suma de pequeños sesgos no atendidos que distorsionan la comunicación.
Identificarlos y trabajar con ellos es un paso fundamental para construir culturas más conscientes y equipos más efectivos.
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